2 de diciembre de 2012

Antropología al borde del abismo.

Quiero compartir con ustedes el último post del año. Al hacerlo quisiera revisar algunas inquietudes y puntos de vista relativos a problematizaciones que orientan mis últimas cavilaciones y dificultades de observación que veo en el plano de lo social y cultural, en tanto observador y comentador de éste.

Una preocupación central que guía mis últimos posteos pasa por entender la relación crítica a la cual las sociedades modernas han llevado el debate del conocimiento. En primer lugar el florecimiento de dilemas existenciales que de una u otra manera, sin juicio de por medio, manifiestan la emergencia de todos los discursos apocalípticos, la preocupación moderna por dotar de autoidentidades al yo fragmentado, las prácticas orientales como constitución de políticas de la vida. Todo eso, me ha llevado a examinar las cuestiones con respecto a la salud que la antropología médica viene rastreando con profundidad en las últimas décadas. 

A lo anterior se agregan los problemas de política. La política entendida como toma de decisiones individuales y composición de autoidentidades del sí mismo. De ésa política y de esa preocupación poco sabemos, la antropología política nos habla de comunidades de poder, de juegos de comunicación, de toma de decisiones a gran escala, del problema de la representatividad y su relación no resuelta con las democracias modernas. En todo aquello destaca el problema de lo "macro", y lo "micro" ha sido enviado a una problemática ajena a las ciencias sociales, en particular, goza del apelativo de "psicologismo" en lo social. 

Sin embargo, hemos tomado nota que desde los análisis hilarantes y algo incomprensinbles de un Nietzsche, pasando por el derrotero freudiano del inconsciente como continente inexplorado científicamente, hemos llegado a los análisis de las tecnologías del yo de Foucault, la incorporación de las estructuras socioculturales que comprende la noción de Habitus de Bourdieu a los dilemas contemporáneos de la ética del siglo XX como la emergencia de un lugar altamente problemático.

El hábito, propio del saber moderno de segmentar los problemas políticos masivos de identidad en "sociologías" o "antropologías" de lo político y delegar la necesidad de una terapeútica del yo como autocuidado del sí a temas relativos al dominio de la psicología o de la ética en una de sus vertientes, nos devuelve al eterno debate de los contornos y dominios que suscita la dialéctica Sistema/Actor. En un plano relativo a la antropología no parece oportuno relegar la preocupación masiva de búsquedas de modos de vida personal a una cuestión alejada de la disciplina. De hecho los productos de la modernidad capitalista y sus persistente llamado, ya casi esquizofrénico a la innovación producen identidades deterioradas por la insatisfacción de responder a las expectativas de ese llamado. 

Desde un plano teórico, me resulta insatisfactorio el hiperfuncionalismo abstracto de Luhmann, en ninguna parte de su teoría es posible reconocer el poder de agencia de lo que Latour denomina los no-humanos, centrándose en una sofisticada teoría relativa a los matices y funciones de la comunicación desprovista (muchas veces) de la fuerza gravitacional del Poder que autores como Chakravorty enuncian como la "imposibilidad de hablar" de los sujetos subalternos. Luhmann adolece de una fuerte incapacidad de pronunciarse sobre los debates en donde la desigualdad, la asimetría de poder y la constitución de circuitos de infrapolítica marginales al poder central hacen frente al sistema, manejado por Elites de poder que se articulan en circuitos de saber/política/economía cercados por la endogamia y la segregación.

El riesgo y la incertidumbre como narrativas contextuales de el estado de ánimo masivo propio de los países modernos ha provocado que el paisaje identitario de las últimas décadas conocido como "ateísmo" ha entrado en una crisis que amenaza con desencadenar una ola de nihilismo masivo o de la vuelta de una segundo movimiento de existencialismo gris, con la diferencia que ésta vez viene acompañado de la angustia heideggeriana a niveles masivos y ya poco vanguardistas que no anuncian la vuelta de una teoría filosófica, sino que el dibujo de un autoretrato de nosotros mismos roedados por la necesidad de una creencia "auténtica" que pueda hacer frente a la tormenta de nuestra propia modernidad desatada.

La respuesta a pesar del gobierno del pesimismo ha de ser lo que Latour llama la "proliferación de actores", es desde ahí que veremos surgir una nueva modalidad que de respuesta al estado actual, lejos de la literatura que usa y abusa de las categorías de "estructura" y "sistema" para explicarlo todo, se vuelve necesario recurrir al rastreo de unas redes que silenciosamente comienzan a asomarse.