24 de mayo de 2011

Callejear.

Dice un papel escrito con tinta verde,
que teniendo paciencia todo se alcanza
                                                 Violeta P.


Uno siente que de tanto en tanto aflora un período de trastornos y revueltas que purgan por revolucionar las estructuras simbólicas que administran rígidamente a toda formación social. Desde la historia han sido descritas como las épocas primaverales de la secuencia espacio/temporal humana. Dichas secuencias (son destellos) se caracterizan por una movilización de las comunicaciones en la calle misma. Porque a pesar de que los diarios y analistas políticos no se cansan de repetir que las redes de comunicación social (Twitter y Facebook) han propiciado una coordinación sorpresiva y efectiva de un alto número de personas en la participación de las movilizaciones, no hay que olvidar que, en última instancia, éstas se materializan en la práctica de manera voluminosa en la toma e intervención de las calles y avenidas simbólicamente asociadas al centro del poder político del estado-nación.

Si estos movimientos consisten en la invocación de 'desafíos simbólicos' (exigencias de cambio) que resquebrajan la continuidad (el orden) del espacio de poder sociopolítico del Estado, y si, como bien se sabe estas prácticas sucitan una tensión y resistencia de los aparatos del estado a los procesos de movilización de actores, tendremos que preguntarnos cuánto tiempo más las políticas del desarrollo económico occidental (y las prácticas/simbolos enlazadas a ella) definidas como Capitalismo  pondrán soportar las demandas de dignidad e igualdad que por años el discurso dogmatico de la versión neoliberal actual logró anestesiar (directa e indirectamente) con ideas absurdas (como la noción de término de la historia) o el llamado al cuco simbólico más universal del relato económico del norte: ese que dice que si no seguimos los mandamientos bíblicos del progreso, ponemos en jaque la existencia misma de la sociedad en su camino al bienestar.

Habrá que tensionar el arco al máximo para desbaratar y desestabilizar las partículas de sentido que en su conjunto sostienen una inmensa red estructural de comunicaciones que organizan al espacio social como un lugar para dominar. Al contrario  las organizaciones políticas e instituciones de poder buscan encauzar todo descontento social a través de un saber técnico (universidades incluidas) que les otorgue sentido, una forma y un límite determinado a una cosa que de entrada los descoloca, sin esas tecnologías, sin esos mecanimos de codificación a través de los cuales realizan un marcaje, no tan sólo de los fenómenos sociales, sino también de las personas mismas, las relaciones de fuerza estarían altamente mediadas por el conflicto, a través de ellas se prepara y construye una maquinaria social que permite administrar dichas clasificaciones y reordenar signos dispersos en función de nuevos códigos dispuestos para la manipulación sociopolítica.

Un movimiento social se juega toda su potencia en la voluntad e intensidad que es capaz de movilizar, porque a pesar de que el tiempo juegue en su contra y las instituciones sociales se esfuercen en delimitar, el sólo hecho de constituirse como movimiento hace posible la visibilidad de un(os) problema y de agentes dispuestos a transitar sobre el drama de toda formación social, lo desconocido en movimiento.