“El principio de reciprocidad permea la vida tribal” B. Malinowski
La antropología es la única ciencia social que ha sabido describir la vida como una unidad de lo heterogéneo, un ensamble de los diferentes en un campo de fuerzas. No se trata de reducir toda actividad social al modelo omniabarcante de la cultura (el campo inmanente de la naturaleza social) evadiendo las diferencias, las jerarquías y asimetrías sociales heredadas del funcionamiento permanente del poder como articulador de la diferencia. La actividad humana, el ejercicio constante por practicar significados que remiten a estructuras humanas de contornos ajustados a un territorio y un tiempo como contexto de la actividad, nos muestra, con sorprendente claridad que el poder de las estructuras y símbolos humanos adquieren una flexibilidad (temporal e histórica) y variabilidad (adscritas a otros territorios, espacios y tiempos) proclives a los flujos de transformación a través del cual todo sistema permanece en el tiempo condicionado por intensidades que alteran sus elementos constituyentes.
Al mismo tiempo la antropología ha sido la única ciencia social capaz de dar cuenta del universo simbólico que gobierna las comunidades humanas como totalidad sin pretensiones universalistas, describiéndolas como relaciones cósmicas que atraviesan por completo el sentido de sus integrantes, vinculando a humanos y no humanos en constelaciones de sentido más amplias, que complementan las acciones humanas más allá de la mera interacción social, ejemplo de ello son las relaciones minerales, relaciones vegetales y relaciones animales que constituyen un régimen de continuidad entre las conciencias humanas con su entorno. Una relación simétrica de las comunidades humanas con agencias no humanas como devenir cósmico de su cultura.
Habría que ver, junto a esto, las evidencias antropológicas que muestran a comunidades “primitivas” (no occidentales) con prácticas de poder y depredación sobre su entorno muy similares al momento moderno del occidente. Las clasificaciones binarias se ven desbordadas por las realidades múltiples que han expresado las diferentes manifestaciones culturales. La virtud de la antropología en sus archivos monográficos ha sido siempre, independiente de los juicios de valor, las descripciones de la actividad humana como sumergida en una totalidad que los afecta en todo momento y lugar (con continuidades y rupturas entre Naturaleza y Sociedad inherentes al imaginario de cada cultura), una totalidad tan preñada de símbolos y sentidos vinculantes, ante el cual no se admiten las fracturas occidentales del individuo como límite autónomo e independiente de lo social, espacio imaginario construido por el capitalismo y las democracias representacionales en el cual los seres humanos se dedican a administrar sus ingresos como simbólica de la “libertad”.
Ejemplo de ello son las ausencias de la noción de cuerpo como territorio particular del yo en oposición a la comunidad en “algunas” culturas no occidentales (Do Kamo). La noción de cuerpo (occidental) no comprende cohesiones sociales basadas en la ausencia de prácticas que no tengan al cuerpo como lugar ritualizado de la individualidad (moldeamiento de su figura, sus gestos, modalidades del habla, centro espiritual, espacio de la identidad), toda una simbólica que nos define como colonizadores absolutos del significado de cada elemento del cuerpo, dominado por un imaginario que asigna valor al color, tamaño de la nariz, orejas, boca, extensión de la frente, etc. Asociado a facultades de la inteligencia y la capacidad, todo un espacio para el racismo y clasismo del cual difícilmente se sustrae la conciencia.
En el presente actual las sociedades occidentales se enfrentan con velocidades de tal magnitud sobre el mundo y el entorno que las afecta, quedando muy pocas chances para que la racionalidad que administra su relación con el mundo (tan cargada de valores no examinados, como reificados) sea capaz de producir soluciones que amaguen sus efectos. Los efectos de dicha velocidad demandan una producción acelerada de pensamientos y acciones creativos. No es para nada absurdo pensar que la naturaleza y sus movimientos infinitos de composición/descomposición que incluyen a la condición humana, después de todo terminen por provocar la emergencia de una nueva relación en la construcción social que occidente tiene para con la naturaleza, en especial si tenemos en cuenta que de dicha construcción depende un ejercicio práctico real que oriente la experiencia humana que no escinda al mundo de su movimiento cósmico, en su estricto sentido de unidad indiferenciable de procesos en mutua afectación.
Do Kamo: en el caso particular de esa monografía de Maurice Leenhardt, la sociedad observada asigna los mismos nombres de frutos y vegetales para ciertos elementos del cuerpo como huesos y algunos órganos, afirmando que el cuerpo como entidad diferenciada y arrancada de su contexto, simplemente no existe. De ello no hay que concluir que los pulmones actúan como racimos de uva o los intestinos como plátanos, sino que la relación vital entre las entidades humanas y no humanas no se encuentran separadas en campos diferenciados y asimétricos como sociedad y naturaleza propia de la epistemología occidental.
foto1: Archivo de Malinowski
foto2: Bronislaw Malinowski, uno de los padres de la antropología contemporánea, "pasando piola" con semejante pinta, en la cultura oceánica.