7 de diciembre de 2011

Pasos...

"El hombre libre en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida".
                             Spinoza, Ética, LXVII, libro IV.





Prefacio.

He sido uno de los alumnos de Gregory Bateson durante tres años y pude ayudarlo a elegir los ensayos que aparecen reunidos aquí, por primera vez, en un volumen. Creo que es éste un libro muy importante, no sólo para los que se ocupan profesionalmente de las ciencias de la conducta, la biología y la filosofía, sino especialmente para aquellos de mi generación —la generación nacida después de Hiroshima— que están buscando una mejor comprensión de sí mismos y de su mundo.

La idea central de este libro es que nosotros creamos el mundo que percibimos, no porque no exista una realidad fuera de nuestras cabezas (la guerra de Indochina es algo malo, nosotros estamos destruyendo nuestro ecosistema y por consiguiente a nosotros mismos, creámoslo o no), sino porque nosotros seleccionamos y remodelamos la realidad que vemos para conformarla a nuestras creencias acerca de la clase de mundo en el que vivimos. El hombre que cree que los recursos del mundo son infinitos, por ejemplo, o que si algo es bueno para uno, cuanto más se tenga de ello, mejor, no será capaz de ver sus errores, porque no buscará indicios de ellos.

Para que una persona cambie sus percepciones básicas, las que determinan sus creencias —lo que Bateson denomina sus premisas epistemológicas— tiene que tomar primero conciencia de que la realidad no es necesariamente lo que él cree que es. Esto no es algo fácil o cómodo de aprender, y probablemente la mayor parte de los hombres que han existido en la historia se las ha arreglado para evitar pensar sobre ello. Y yo no estoy convencido de que la vida no examinada no merezca la pena de vivirse. Pero algunas veces la disonancia entre la realidad y las falsas creencias llega hasta un punto en que resulta imposible evitar la conciencia de que el mundo ha dejado de tener sentido. Sólo entonces le es posible a la mente considerar ideas y percepciones radicalmente diferentes.

Específicamente, es manifiesto que nuestra mente cultural ha llegado a ese punto. Pero en nuestra situación hay tanto peligro como posibilidades. No hay garantía de que las nuevas ideas hayan de ser un mejoramiento respecto de las viejas. Tampoco podemos esperanzarnos de que el cambio sea suave.

 Existen ya bajas psíquicas mortales provocadas por el cambio cultural. Los psicodélicos son un poderoso instrumento educacional. Constituyen el camino más seguro para aprender la arbitrariedad de nuestra percepción ordinaria. Muchos de nosotros hemos tenido que emplearlos para descubrir lo poco que sabíamos. Demasiados de nosotros se han extraviado en el laberinto, han decidido que si la realidad no significa lo que pensábamos que significaba, carece totalmente de sentido. Conozco ese sitio. También yo estuve extraviado allí. Por lo que sé, existen sólo dos maneras de salir de él.

 Una es la conversión religiosa. (Yo ensayé el taoísmo. Otros eligen distintas versiones del hinduismo, budismo y hasta del cristianismo. Y tiempos como éstos siempre producen una muchedumbre de autoproclamados Mesías. Además, algunos pocos de quienes estudian las ideologías radicalizadas lo hacen por razones más religiosas que políticas). Esta solución puede satisfacer a algunos, aunque existe siempre el peligro de satanismo. Pero creo que los que eligen sistemas "prontos para usar" pierden la oportunidad de llevar a cabo un pensamiento verdaderamente creativo, y quizá nada que no sea esto puede salvarnos.

Esta segunda manera de salir —pensar a fondo las cosas y aceptar lo menos posible como artículo de fe— es la más difícil. La actividad intelectual —desde la ciencia hasta la poesía— tiene mala reputación entre los de mi generación. Se echa la culpa a nuestro así llamado sistema educacional, que parece destinado a evitar que sus víctimas aprendan a pensar, a la vez que les dice que pensar es eso que uno hace cuando estudia un libro de texto. Además, para aprender a pensar, uno tiene que tener un maestro que pueda pensar. El bajo nivel de lo que pasa por pensamiento entre la mayoría de la comunidad académica de Estados Unidos sólo puede quizás apreciarse por contraste con un hombre como Gregory Bateson, pero estaría mal hacer que muchas de nuestras mejores mentes desistan de buscar algo mejor.

De todas maneras, la esencia de todos nuestros problemas es un pensar defectuoso, y la única medicina para ello es un pensar de mejor calidad. Este libro es un ejemplo de la mejor calidad de pensamiento que he conocido. Os lo recomiendo, hermanos y hermanas míos de la nueva cultura, con la esperanza de que os será de ayuda en vuestra jornada.

Mark Engel
Honolulú, Hawai
16 de abril de 1971

Nota: Prefacio al libro del biólogo y antropólogo Gregory Bateson, Pasos Hacia Una Ecología de la Mente.

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