2 de septiembre de 2012

Genocentrismo: una metáfora del exceso.


Aunque ahora resulte difícil creerlo, todo el territorio discursivo que hace décadas hicieron del racismo un relato que se fundamentaba en ciertas tesis del conocimiento duro, de una u otra manera han encontrado una nueva fuerza.

A Wittgenstein se le suele vincular como uno de los pensadores que ha sido capaz de poner en su lugar a muchos cultores del discurso posmodernista, pero se olvida que sus tesis que situaban a los juegos del lenguaje como maniobras de construcción destinadas a convencer e interpretar el mundo también caen sobre los discursos científicos de mayor prestigio y reconocimiento “objetivo”. La biología y en especial la genética contribuyen a irradiar una luz de seguridad absoluta sobre ideas que tienen al gen como la moderna metáfora de la esencia, lugar donde se pueden escrutar todas las formas humanas: enfermedades, hábitos, tendencias corporales, procesos psíquicos, conductas sociales, todas y cada una de las formas culturales se reducen así a una explicación biológica, la sana y bella ciencia de los objetos encuentra en ella la mayor de sus virtudes metafóricas y junto a ello una suerte de reinado sin contrapeso, en  un contexto donde las ciencias sociales han caído en profunda crisis de contenido, tanto metodológica, como teóricamente.

El asunto no parece tanto en caer –como David Le Breton- en una vendetta simbólica donde todas y cada una de las partes del cuerpo obedecen a un perímetro de asociación significativa, sino en entender que dichos descubrimientos han terminado por saturar todos los procesos de explicación, recibiendo el nombre de genetización de la cultura. Bob Simpson hace una crítica similar cuando en “Comunidades Genéticas Imaginadas” intenta introducir una descripción de la imaginación genética  que tiende a dotar la identidad de las más modernas sociedades occidentales.

Dicha imaginación tiene profundas consecuencias políticas. Ya Anderson, con su “Comunidades Imaginadas” intentaba realzar el papel de la imaginación social, nutrida de relatos simbólicos, para describir los procesos de consolidación de los actuales Estado-Nación. Un estado de la imaginación que apele al conocimiento científico puede terminar en un futuro por introducir tecnologías genéticas para implantar perfiles biológicos con determinadas características para los futuros bebés.

El mismo Bob Anderson describe el fenómeno de los “bebés Vikingos”. En 1999 los bancos de semen, para inseminación artificial Británicos sufrían un fuerte déficit que desató un desbalance entre la débil oferta y la abrumadora demanda. Los jóvenes británicos se resistían a donar semen debido a la creciente búsqueda de los nacidos por hallar sus raíces biológicas. Dicho problema desató una merma en las donaciones, lo cual generó una arremetida de la industria médica (clínicas de inseminación artificial) por  importar semen nada más y nada menos que de países nórdicos (Noruega, Islandia, Dinamarca, etc.).

Dicho proceso desencadenó una fuerte cobertura periodística con sendos reportajes que situaban el futuro de la nación plagada de bebés vikingos, generando una desestabilización en el imaginario de la identidad británica. Al poco tiempo, se produjo una masiva asistencia de jóvenes ingleses y escoceses a las respectivas clínicas para hacer sus donaciones, lo que a la larga terminó por acabar la necesidad de las importaciones.

Los fenómenos de la cultura y el imaginario están profundamente conectados con las principales innovaciones tecnocientíficas de nuestro tiempo. Dichos procesos tienen al cuerpo como un lugar de alienación que no tolera los más mínimos índices de grasa, anomalía en la anatomía o disminución de la energía psíquica, todas, desviaciones del ideal de la imagen.  Actualmente hasta existen investigaciones científicas en Norteamérica que sitúan al paisaje genético como el lugar en el cual están depositadas las preferencias políticas/económicas de los agentes sociales.

Dichos fenómenos de irradiación de la biología y la física como las dos ciencias reinantes (al menos en los presupuestos investigativos) forman parte de este mundo que las descripciones definen como en aguda crisis. La tecnociencia reduce el actuar del cuerpo a una serie de acciones-reacciones, causas/efectos de pastillas y fármacos para controlar dolores e inestabilidades en el funcionamiento del cuerpo. Todo un materialismo de lo más bajo del cual la industria farmacéutica ha logrado sacar abultadas ganancias.

Al final del día sabemos que tanto la física molecular (el CERN europeo, por ejemplo) o proyectos como el genoma humano dependen para su financiamiento de un alto impacto ganado en los reportajes de los mass media y de un alto poder de resonancia y prestigio para explicar hasta los más mínimos detalles del mundo material, sin embargo, muchas de aquellas transacciones económicas ponen en juego un absolutismo del discurso científico, que lejos de explicar algunos  fenómenos, acaban por abarcar el mundo entero en sus descripciones, que al igual que el mapa de Borges que era tan vasto, minucioso y detallado como el territorio real, era también tan inútil.


Pd: Chilito no se queda atrás.

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